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Hace poco tuve el placer de otra bonita visita a esta preciosa ciudad patrimonio de la humanidad UNESCO, y aunque en mis muchos viajes por el mundo muchísimas personas nativas me han pedido (y una vez literalmente exigido a punta de cuchillo) dinero, esta ocasión, como dirían mis amigos españoles, ha sido la hostia.
Pues este pasado miércoles, estuve con un amigo cartaginero conversando un tomando un traguito en el conocido bar-restaurante Café del Mar, ubicado sobre la anciana muralla de piedra del casco viejo de Cartagena. Después, fuimos andando sin prisa hacia una de las paradas de taxi, y en algún momento entramos en una calle bien tranquilita y desierta.
De repente, me doy cuenta que alguien me está llamando por nombre. Doy la vuelta y se me acerca un muchacho – con unos 30 y pico de años, bigotito, y generalmente agradable e inofesnsivo de apariencia – hablando rapidito en español: hola que bien que Ud volvió me recuerda soy Luis Fernando en su última visita hace dos anõs le traía pescado y langosta y no sé qué y no sé cuanto…
Umm, pues...
Vale. Esto nos ha pasado a todos, ¿no? Nos encontramos con alguien que parece conocernos pero no reconocemos, por mucho que intentemos. Vamos con el jueguito, esperando que algo se dirá para iluminar la situación e informarnos quién carajo es este individuo. Pero no – no estaba encendiendo esa bombilla sobre la cabeza.
Y entonces, de una vez, este discursito volvió urgente y triste. Mi esposa estará dando luz pero hay complicaciones y ella necesita una transfusión y la sangre B-negative es muy rara y solos los bancos de sangre privados la tienen y cobran mucho y necesito recoger el dinero esta noche par alas 11:30 o podría morir… Todo pronunciado con los ojitos impresionantemente húmedos y labitos tremulantes.
Hice lo que pude para expresar mi compasión, pero franqamente, a estas alturas me estaba creciendo el sosphecho. Para empezar, dado cómo fue mi última visita aquí, lo que me decía este personaje no cuadraba para nada. Así que por fin le dije que lo sentía pero habían bloqueado my tarjeta de banco, y me despedí con una mirada angustiada.
¿Y cómo fue que él sabía mi nombre y el hecho de que había venido a Cartagena hace dos años? Pues sólo me puedo imaginar que a mi amigo y yo nos había escuchado hablar de estas cosas en el Café del Mar. En E.U. usamos una palabra en Yiddish, “chutzpah,” que puede traducirse como “cara dura” o “cojones,” y hay que admitir que este Luis Fernando, además de creatividad, tiene una cantidad impresionante de chutzpah. En el momento, me fue un poco incómodo, sí, pero por lo menos este encuentro has ampliado mi repertorio de anécdotas simpáticas. Así que muchacho, donde estés, ¡thank you!
fotos: 1. David Paul Appell, 2. Mari Versiani/Flickr
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