por Cristóbal Ramírez

Hollywood la retrata como lugar de espías con microchips, políticos conchabados, guardaespaldas como armarios empotrados y conspiradores varios. ¿Miedo? Para nada. Relájese, porque la ficción no le hace justicia a Washington, la capital de Estados Unidos y, por tanto, la del planeta (con permiso de Nueva York). En ella todo es gigante: edificios, parques, monumentos. Una capital a la medida del poder global que ostenta.

Hay que empezar a admirar su grandeza en el Memorial de Abraham Lincoln, donde Martin Luther King pronunció en 1963 su famoso discurso Yo tengo un sueño. Siéntese y sueñe con la historia pasada con la vista puesta en el río Potomac. Ahí comienza un eje kilométrico estrictamente monumental. Próxima parada: los Constitution Gardens, un enorme parque idílico con los memoriales de las dos guerras mundiales y las de Corea y Vietnam. Mirando árboles y prados, se llega al obelisco que rinde tributo al primer presidente del país, George Washington. Tan alto que es el techo de la ciudad (que nadie venga a esta ciudad a admirar rascacielos posmodernos porque no existen).

A lo lejos, la Casa Blanca parece un pastel de nata. Hace unos años que ya no recibe turistas, pero imagine dentro a Obama decidiendo el destino del planeta. El Congreso con su vistosa cúpula sí se puede recorrer, de forma gratuita, con un guía de lunes a sábado. Uno se siente diminuto en medio de una maqueta como de cine. Y no habrá más remedio que pasar un buen rato en el complejo Smithsonian, con 19 museos, ocho de ellos en el National Mall. Para no embotar la mente, habrá que elegir: el Museo de Historia Natural, con 125 millones de especies, el de Historia Americana, con artículos tan extraños como los guantes de boxeo de Mohammed Ali o las primeras bombillas, y el de Aire y Espacio, con la mayor colección de aparatos voladores del mundo. Todos son gratuitos. A los fans de James Bond les gustará el Museo Internacional del Espía, abierto en 2002 (18 dólares, tarifa para adultos). Se lo pasará en grande con las conversaciones de los oficiales rusos que Estados Unidos grabó durante la Guerra Fría y la técnica de la tinta invisible.

No todo va a ser macrohistoria. Un buen plan es repantingarse en el Rock Creek Park, con río incluido. En el barrio de Georgetown, en torno a la conocida universidad, hay mucho moderneo, muchas tiendas de ropa chic, muchos cafés finos y muchas librerías acogedoras. En el colorido y multirracial barrio de Adams Morgan uno se pone contento oliendo (y probando) la comida de los restaurantes internacionales, desde vietnamitas hasta latinos. Y para después de cenar, jazz en el Madam’s Organ y el Blues Alley. Las copas habrá que tomarlas en Columbia Road y 18th Street. Fuera corbatas y seriedad de diplomáticos. A Washington también le va las noches locas.

Datos útiles:

  • Habitantes: 583.000 habitantes y más de 8 millones con el área metropolitana.
  • La mejor época para visitar Washington es primavera y otoño, cuando no hace ni mucho calor ni mucho frío y la naturaleza está en esplendor. De todas formas, el calor del verano (húmedo) no se hace, por lo general, insoportable.
  • Las propinas son voluntarias, pero es costumbre dejar entre un 15 y un 20% del precio de la consumición.
  • La moneda es el dólar.
  • El diario gratuito Washington City Paper (en Internet, www.washingtoncitypaper.com) ofrece una completa agenda de música, cine y teatro.
  • Iberia ofrece vuelos directos a Washington desde Madrid, y buenas conexiones desde otros aeropuertos de la red de Iberia en Europa, Africa y Oriente Próximo.http://www.iberia.com



post original apareció en MeGustaVolar.com


Foto | Kevin H.

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