por Cristóbal Ramírez

Intente hacer un cálculo: contar el número de veces que se le abrirá la boca en San Petersburgo. Lo más probable es que termine perdiendo la cuenta. Peter, como la denominan sus habitantes igual que si estuvieran llamando a un colega, está construida para impresionar. Al zar Pedro el Grande se le ocurrió levantarla a principios del siglo XVIII en medio de la nada. ¿Y a cuento de qué? Quería conectar Rusia con Europa y el mar. El invento le salió bien, porque hoy es una de las ciudades más majestuosas del viejo continente, con influencias de París, Roma y Venecia.

Rusos y turistas parecen hormiguitas en las enormes calles. La megalomanía del zar comienza en la plaza del Palacio de Invierno, donde se consumó la Revolución Rusa en 1917 con la dictadura del proletariado y el régimen de Lenin. Obsérvese el arco triunfal y la columna de Alejandro para luego continuar (sin cerrar la boca) por las plazas de San Isaac, con la lujosa cúpula dorada de su catedral, y el Senado. El museo Hermitage es el trasunto del Prado en Madrid o el Louvre en París, así que representa una visita obligada. Casi tres millones de piezas que van desde la Prehistoria y el antiguo Egipto hasta las pinturas de Gauguin y Picasso. El Museo Erótico pone la nota freak a tanta elegancia. La colección incluye candorosas imágenes pornográficas del siglo XIX y el mostrenco falo del legendario monje Rasputín.

El río Neva oxigena la mente y, desde la isla Vasilevsky, San Petersburgo muestra su catálogo de virtudes hechas edificios. No hay mejor plan que descansar y hacer fotos desde la plaza Pushkin. El acorazado Aurora, desde donde se disparaba al Palacio de Invierno durante 1917, se ubica en el malecón Petrogradski y hoy funciona como Museo de la Revolución. Continuemos por un barrio mítico: Petrogrado, donde nació esta ciudad Patrimonio de la Humanidad y donde sorprende la aguja dorada de la catedral de San Pedro y San Pablo. Cerca de la Plaza Sennaya, colmada de terrazas, le saldrá al paso un gran mercado de alimentos y ropa. Atención a los letreros Cháinaya Lozhka y Pirogi-Stolle cuando se tenga hambre. Son dos cadenas de comida auténticamente rusa. La primera sirve blinis (tortitas rellenas), sopas y té en vajillas de porcelana; la segunda, empanadas tradicionales de principios del siglo XX. Y de postre, un chupito de vodka.

La elegante Avenida Nevski, una mezcla de las madrileñas calles Gran Vía y Serrano, se puede recorrer de tienda en tienda, de café en café o de vodka en vodka. Es el centro comercial y financiero de la urbe y un escaparate social de la Rusia del siglo XXI. Reserve tiempo para curiosear por Dom Knigui, la librería más famosa de San Petersburgo, ubicada en un edificio modernista frente a la Catedral de Kazan. Y no olvide comprar matrioskas, las famosas muñecas. Huy, ¿la cabeza le da vueltas? Demasiados vodkas. Peter olvidó que no todo el mundo es ruso.

Consejos prácticos:

  • La mejor época para visitar San Petersburgo es primavera-verano. De mayo a julio se celebran las Noches Blancas, cuando el sol apenas se pone. Hay multitud de conciertos, espectáculos y obras de teatro.
  • La moneda es el rublo ruso.
  • Los turistas están obligados a obtener una visa. Lo mejor es ponerse en contacto con cierto tiempo de antelación con la Embajada de Rusia en España (91 411 2524, 91 562 2264, 91 411 0807).
  • Iberia vuela directo a San Petersburgo desde Madrid durante los meses de verano. El resto del año, se puede volar a esta ciudad vía Moscú. http://www.iberia.com


Foto | dobrych


(originalmente en nuestro blog MeGustaVolar.Iberia.com)



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