Internarse en la barranca de los Jilgueros, en la Sierra nte de Puebla, no es fácil. Salimos del Campamento Tlatempa cerca de las 7 am. Las espinas y los saltos en las rocas para no caer al fondo logran que el llegar al río sea complejo y lleno de aventura. Pero más complejo se torna el mundo interior del explorador que llega hasta allá y descubre un poco de esa tierra que al mismo tiempo nos muestra nuestra pequeñez. Hay numerosas paredes por escalar. Los senderos te invitan a un viaje por el país de los sueños y el paisaje te envuelve en un sinfín de fantasías poli cromáticas.


¿QUIÉN SOY YO EN ESTE ENTORNO QUE ME ABSORBE…? Caminamos a veces con paso firme otras con tropiezos y a cada paso nos sorprendemos del silencio del bosque que aclama respeto. Las risas y la emoción del recorrido nos provocan el bla bla bla bla bla que se desvanece conforme avanzamos y nos internamos al bosque, de igual forma que a nuestro interior.


No son mas espectaculares la inmensas paredes por escalar, como los grandes abismos que superar, al hacerte consiente de cuánto te falta por andar en el difícil mundo de la mente.
Explorar la barranca no solo te lleva a observar los gigantes troncos de ocotes, los encinos, la gran variedad de hongos silvestres, algún halcón cruzando la inmensidad, ardillas, pájaros carpinteros, jilgueros y las minúsculas florecillas silvestres, también te lleva a explorar las gigantes barreras que tu ego impone y la diminuta dimensión de tu realidad.


En el momento que me encontré sola, quedé sumergida en la más profunda meditación. En efecto, educada en la gran “civilizada ciudad de México”, me veía caminando por un paisaje salvaje, lleno de retos, sin otra garantía para mi seguridad individual que mis propias fuerzas. Los sonidos de mis pisadas en la hojarasca, la neblina que ya descendía, el canto del ave que regresaba al nido, me acompañaron por ese sendero en que de pronto, ¡Ah!, que agradable sorpresa, encontrarme con la niña que hace tiempo no veía, la que reía de todo, la que nada temía, la que todo le causaba alegría... yo, ahora no se si reír o llorar, es tanta la emoción de encontrarme con este niño interior que estaba dormido... ya no me importó si ensuciaba mi pantalón, me senté con los pies colgando al vacío y me encontré, mas llena que nunca. Un sapito cantó, el pájaro carpintero me habló, el águila me miró, el viento me acarició y mi ser... desapareció. Así... escuché a Dios.

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